lunes, 2 de julio de 2012

For No One (if your name is No One)

Sin anhelarlo, o más bien, queriéndolo desde el fondo de mis entrañas, vuelvo siempre a aquella noche de Febrero. El día se veía inconcluso y el destino me ayudaba a cruzarme en tu camino (el destino y sus ángeles, claro está). Planeé un discurso casual lleno de inventos banales fuera del alcance de mi lenguaje, y los practiqué frente a mi espejo por horas. Me arriesgué como nunca y perdí como en la guerra. El teléfono no sonaba y mi maquillaje se desmoronaba por mis derrotadas mejillas. A punto de exhalar ya mi último aliento y posar los  pensamientos en la blanda cobija que albergaba noche a noche mis penumbras, escucho el ring que me detuvo el corazón por un segundo. Qué podía salir mal. Corrí por las escaleras, sonando la madera bajo mis pies prontos a cubrirse de nieve y escarcha. La emoción tal vez, qué sé yo, hizo que saliera disparada sin sentir los intensos grados bajo cero que me golpearon al segundo después. 

Llegué no sé dónde, pero llegué. Me esperaban dos sonrisas, pero ninguna te pertenecía. Impaciente disqué tu nombre e imploré tu rostro, que sin dudarlo apareció tras mis pasos. Aquellas dos sonrisas sabían lo que hacían, y como por arte de magia desaparecieron para dejarnos en el sin fin de esa calle eterna y congelada. Las cervezas no tardaron, y el cigarro de tu boca se impregnó en la mía como si fuera la primera vez. Se mezclaron nuestros lenguajes y concluimos hablando en Inglés, en Español, en Español de México, en Inglés borracho. No sé bien como pasó, pero pasó. Muchas caras familiares aparecieron y sin notarlo aparecimos en el escenario bailando al ritmo de Foster The People. Tu cara denotó felicidad, quién sabe lo que podías leer en la mía. Seguramente fue lo mismo multiplicado por el infinito azul de tus ojos. Se agotaron las cervezas, y también el tiempo. Corrimos a la parada del autobús, pero no, nadie se movía. Los pies cambiaron su rumbo y el motor de tu auto nos llevó lejos, a otra ciudad, que en ese momento se sintió como otro mundo. 

2 de la madrugada. La autopista despejada sin un copo de nieve aparecía imponente ante nosotros, siendo la música y la ceniza las protagonistas del viaje. Luces rojas nos detuvieron, y el sonido del motor no sonó más. Me abriste la puerta como quién abre las puertas de su vida, y luego todo fue paz. El azul de tus ojos mezclado con el sudor de tu frente. Las risas cómplices y el lenguaje del amor (¿Amor? Bueno) que sobrepasa fronteras. Porque ni el Latino más ferviente ni el Norteamericano más patriota podría entender lo que sucedía en ese momento. Fue eterno, impagable. Dime, ¿De verdad pasó? Intercambiamos cultura, conocimiento, carcajadas, miradas. Me dijiste lo que siempre esperé oír, pero yo no dije nada. Abrí mi boca para dejar volar esos pájaros temerosos en busca de aventuras. Pobres, dichosos, sólo alcanzaron el espacio que tu boca les brindó. Un singular cabello rubio se mezclaba con el castaño, y te oí implorar a Dios muchas veces. Muchas. No pensé, claro está. ¿Para qué? ¿Acaso tú pensaste? Los segundos, los minutos, las horas. El tiempo voló y había que volver a la vida real. Pero tu abrazo firme y el sentir de tus costillas atrapan a cualquiera. No necesitaste discurso. Ya no hablábamos tu idioma, ni el mío. Observamos el cielo por horas, cielo pintado de blanco y café que cubría nuestras cabezas pensantes. Creamos una historia, un comienzo. Los días pasaron y vi en tu rostro lo que vi en el mío años antes. Día a día construimos una sonrisa que se hacía más intensa con cada espera, con cada viaje. Tus lágrimas en la punta de mis dedos, tus palabras en el nudo de mi garganta. Lo siento como si estuviese sucediendo en este instante. Apareciste en un segundo y no te fuiste jamás. 

Qué son diez, veinte días. Qué es el tiempo cuando hay toda una vida por delante. El futuro y el destino lo construyes tú, lo construyo yo. Quisiera leer tu mente y dibujar con ella los días que se aproximan. Quisiera que el corazón tuviera la potencia de veinte aviones y que el tiempo fuera efectivamente relativo. El querer no es poder, tomemos riesgos. Tu estás a seis horas del cielo, yo estoy a nueve mil kilómetros. Procura cuidar esos rizos multicolor, esos ojos de profundo verdeazul, ese porte de montaña, esa piel poco expuesta, esa boca llena de experiencia y ese estilo de vida que sólo te viene a ti. Cruza los dedos. 

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